Este mismo olor lo percibí en la finca, en el camino izquierdo, tras las últimas lluvias. Miré con atención entre las plantas que por allí crecen y descubrí en el propio camino y en un lateral el origen de ese olor: el tomillo blanco, una planta con numerosas aplicaciones médicas y gastronómicas. Un lujo de la naturaleza por muchos motivos.
Al estar en un camino su destino era ser cortado por la marabunta y arrastrado por el escarabajo pelotero.
Así que las arranqué con cuidado y las planté en otros lugares más protegidos. Algunas ya se han secado y otras van sobreviviendo. Espero que sus semillas germinen en marzo o abril y se expandan por la finca.
Si en vez de rastrojos molestos e insevibles, el tomillo se extiendiera por la finca, ésta se conviertiría en un lugar de ensueño, como el propio jardín del profeta.
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